sábado, 8 de febrero de 2014

Cartero - Charles Bukowski




 
Yo estaba liado con una tipa, pero ella a veces desaparecía durante unos días y yo realmente me sentía solo. Solo y deseoso de aquel culo que tenía a mi lado.

Entonces, una noche, Betty, mi amor, me lo soltó, después de la primera copa:
-¡Hank, ya no puedo soportarlo!
-¿El qué no puedes soportar, nena?
-La situación.
-¿Qué situación, nena?
-El que yo trabaje y tú te hagas el holgazán. Todos los vecinos piensan que yo te mantengo.
-Coño, antes yo trabajaba y tú holgazaneabas.
-Es diferente. Tu eres un hombre, yo una mujer.
-Oh, no sabía eso. Creía que las perras como tú andabais siempre pidiendo a gritos la igualdad de derechos.

Tengo que decir una cosa de aquella perra: sabía cocinar. Sabía cocinar mejor que cualquier mujer que hubiera conocido antes. La comida es buena para los nervios y para el espíritu. El coraje viene del estómago, todo lo demás es desesperación.

-Tenemos que conseguir los dos trabajo—decía—para probarles que no vas detrás de su dinero, para probarles que somos autosuficientes.
-Nena, eso es parvulario. Cualquier imbécil puede tener un trabajo; vivir sin trabajar es cosa de sabios. Por aquí lo llamamos chulear. A mí me gusta ser un buen chulo.

-Bueno, ahora han conseguido ustedes un buen trabajo. Mantengan la nariz limpia y tendrán seguridad para el resto de su vida.
¿Seguridad? Podrías tener mucha seguridad en la cárcel. Tres paredes y ningún alquiler que pagar, nada de utilidades, ni impuestos, ni mantenimientos infantil. Nada de licencias de circulación. Nada de multas de tráfico. Nada de sanciones por conducir en estado de ebriedad. Nada de pérdidas en el hipódromo. Atención médica gratis. Camaradería con gente con intereses similares. Funeral y enterramiento gratuitos.

-Mira, nena, lo siento ¿pero no te das cuenta que este trabajo me está conduciendo a la locura? Mira, vamos a dejarlo. Vamos simplemente a dedicarnos a holgazanear y a hacer el amor y a dar paseos y a charlar. Podemos ir al zoo a ver los animales. Podemos ir a ver el mar, está solo a 45 minutos. Podemos ir a jugar a las maquinas en los recreativos. Podemos ir a las carreras, al Museo de Arte, a los combates de boxeo. Podemos tener amigos. Podemos reír. Esta forma de vivir es como la de cualquier otro: nos está matando.

-Mire, tú vienes de un pueblo pequeño. Yo he tenido más de 50 trabajos, quizás lleguen a 100. Nunca he estado mucho tiempo en ningún sitio. Lo que estoy tratando de decirte es que hay un cierto juego que se practica en las oficinas de toda América. La gente se aburre, no sabe qué hacer, así que juegan al juego del romance de oficina. La mayoría de las veces no es otra cosa que una forma de pasar el tiempo. Algunas veces se las arreglan para echar un polvo o dos en un aparte. Pero incluso entonces, no es más que un pasatiempo, como jugar a los bolos o ver la televisión o celebrar una fiesta de año nuevo. Tienes que comprender que no significa nada y de esta forma no acabarán hiriéndote. ¿Entiendes lo que te digo?

Algunos hombres están locos—dije yéndome hacia la puerta.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que algunos  hombres están enamorados de sus esposas.

Podría quedarme aquí, pensé, ganaría dinero en el hipódromo mientras ella me cuidaba, ayudándome a pasar los malos momentos, dándome masajes con aceite en el cuerpo, cocinándome, hablándome, acostándose conmigo. Por supuesto, siempre habría una pelea que otra. Así es la naturaleza de la mujer: les gusta el intercambio de trapos sucios, una pizca de chillidos, una pizca de drama. Luego un intercambio de juramentos. Yo no era muy bueno en el intercambio de juramentos.

¡Once años! No tenía una perra más en el bolsillo que cuando entré por primera vez. Once años. Aunque las noches habían sido largas, los días habían pasado velozmente. Quizás era el trabajo nocturno, o hacer las mismas cosas una y otra vez, siempre igual.