-Había dicho: “Ya me sobrará tiempo para descansar cuando me muera, pero esta eventualidad no está todavía en mis proyectos”
-Se habían conocido en un hospital
de caminantes de Port-au-Prince, donde ella había nacido y donde él había
pasado sus primeros tiempos de furtivo, y lo siguió hasta aquí un año después para
una visita breve, aunque ambos sabían sin ponerse de acuerdo que venía para
quedarse para siempre.
-Ella se lo explicó: “Era su
gusto”. Además, la clandestinidad compartida con un hombre que nunca fue suyo
por completo, y en la que más de una vez conocieron la explosión instantánea de
la felicidad, no le pareció una condición indeseable. Al contrario: la vida le había demostrado que tal vez fuera
ejemplar.
-Sólo una persona sin principios
podía ser tan complaciente con el dolor
-Decía que quienes los amaban en
exceso eran capaces de las peores crueldades con los seres humanos. Decía que
los perros no eran fieles sino serviles, que los gatos eran oportunistas y
traidores, que los pavorreales eran heraldos de muerte, que las guacamayas no
eran más que estorbos ornamentales, que los conejos fomentaban la codicia, que
los micos contagiaban la fiebre de la lujuria, y que los gallos estaban
malditos porque se habían prestado para que a Cristo lo negaran tres veces.
-Pero si algo habían aprendido
juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada.
-Él fue el primer hombre al que
Fermina Daza oyó orinar. Lo oyó la noche de bodas en el camarote del barco que
los llevaba a Francia, mientras estaba postrada por el mareo, y el ruido de su
manantial de caballo le pareció tan potente e investido de tanta autoridad, que
aumentó su terror por los estragos que temía.
-Cuando se dio cuenta de sus
primeros olvidos, apeló a un recurso que le había oído a uno de sus maestros en
la Escuela de Medicina: “El que no tiene memoria se hace una de papel”
-El único consuelo, aún para
alguien como él que había sido un buen hombre de cama, era la extinción lenta y
piadosa del apetito venéreo: la paz sexual
-Aprovecha ahora que eres joven
para sufrir todo lo que puedas—le decía—, que estas cosas no duran toda la vida
-No era el tipo de hombre que
hubiera escogido. Sus espejuelos de expósito, su atuendo clerical, sus recursos
misteriosos le habían suscitado una curiosidad difícil de resistir, pero nunca
había imaginado que la curiosidad fuera otra de las tantas celadas del amor.
-Aunque ya habían ocurrido
algunos disturbios y la tropa cometía toda clase de abusos de escarmiento,
Florentino Ariza seguía tan perplejo que no se enteraba del estado del mundo, y
una patrulla militar lo sorprendió una madrugada perturbando la castidad de los
muertos con sus provocaciones de amor.
-En todo caso, sus mocedades en
el hotel de paso no se redujeron a la lectura y la redacción de cartas
febriles, sino que lo iniciaron en los secretos del amor sin amor.
-Ella se asustó, pues la primera
advertencia que le hicieron para darle el empleo de barrendera fue que no
intentara acostarse con los clientes. No tenía que decírselo, porque era de las
que pensaban que la prostitución no será de acostarse por dinero, sino
acostarse con desconocidos.
-Todo él era un tributo a la
ordinariez: la panza innoble, el habla enfática, las patillas de lince, las
manos bastas con el anular sofocado por la montura de ópalo.
-“Lo único peor que la mala
salud, es la mala fama”
-Así era: desde que se levantaba
a las seis de la mañana, hasta que apagaba la luz del dormitorio, se consagraba
a la pérdida del tiempo.
-Hildebranda se lo hizo notar,
pero ella no lo admitió, porque nunca hubiera admitido la realidad de que
Florentino Ariza, para bien o para mal, era lo único que le había ocurrido en
la vida.
-No se permitió el mal gusto de
un remordimiento.
-Él puso todo su empeño en
enseñarle las trapisondas que había visto hacer a otros por los agujeros del
hotel de paso, así como las fórmulas teóricas pregonadas por Lotario Thugut en
sus noches de juerga. La incitó a dejarse ver mientras hacían el amor, a
cambiar la posición convencional del misionero por la de la bicicleta de mar, o
la del pollo a la parrilla , o del ángel descuartizado, y estuvieron a punto de
inventar algo distinto en una hamaca. Fueron lecciones estériles. Pues la
verdad es que ella era una aprendiza temeraria, pero carecía de talento mínimo
para la fornicación dirigida. Nunca entendió los encantos de la serenidad en la
cama, ni tuvo un instante de inspiración, y sus orgasmos eran inoportunos y
epidérmicos: un polvo triste. Florentino Ariza vivió mucho tiempo en el engaño
de ser el único, y ella se complacía en que lo creyera, hasta que tuvo la mala
suerte de hablar dormida. Poco a poco, oyéndola dormir, él fue recomponiendo a
pedazos la carta de navegación de sus sueños, y se metió por entre las islas
numerosas de su vida secreta. Así se enteró de que ella no pretendía casarse
con él, pero se sentía ligada a su vida por la gratitud inmensa de que la
hubiera pervertido. Muchas veces se lo dijo: -Te adoro porque me volviste puta.
-Le había enseñado que nada de lo
que se haga en la cama es inmoral si contribuye a perpetuar el amor.
-La convenció de que uno viene al
mundo con sus polvos contados, y los que no se usan por cualquier causa, propia
o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre.
-Rico no—dijo--: soy un pobre con
plata, que no es lo mismo
-… quién repitió hasta el último
aliento que no había nadie con más sentido práctico, ni picapedreros más
empecinados ni gerentes más lúcidos y peligrosos que los poetas.
-Lo único que me duele de morir
es que no sea de amor
-… y sólo entonces había comprendido
que un hombre sabe cuándo empieza e envejecer porque empieza a parecerse a su
padre.
-De esa época venían sus teorías
más bien simplistas sobre la relación entre el físico de las mujeres y sus
aptitudes para el amor. Desconfiaba del tipo sensual, las que parecían capaces
de comerse crudo a un caimán de aguja, y que solían ser las más pasivas en la
cama. Su tipo era el contrario: esas ranitas escuálidas por las que nadie se
tomaba el trabajo de volverse a mirar en la calle, que parecían quedar en nada
cuando se quitaban la ropa, que daban lástima por el crujido de los huesos al
primer impacto, y sin embargo podían dejar listo para el cajón de la basura el
más hablador de los machucantes.
-Decía: “Me tratas como si fuera
uno más”. Ella soltaba la risa de hembra libre, y decía: “Al contrario: como si
fueras uno menos”. Pues él quedaba con la impresión de que todo se lo llevaba
ella con una voracidad mezquina, y se le reovlvía el orgullo y salía de la casa
con la determinación de no volver. Pero de pronto despertaba sin causa, con la
lucidez tremenda de la soledad en medio de la noche, y el recuerdo del amor
ensimismado de Ausencia Santander se le revelaba como lo que era: una trampa de
la felicidad que él ab aborrecía y anhelaba al mismo tiempo, pero de la cual
era imposible escapar.
-Tenía razón: no había peor enemigo
de los amores secretos que un coche esperando en la puerta.
-No sabes la vaina en la que te
has metido conmigo—gritaba muerta de risa en la fiebre del carnaval--. Soy una
loca de manicomio
-No—le dijo--. Me sentiría como
acostándome con el hijo que nunca tuve.
-Le aconsejó que llorara cuanto
quisiera, sin pudor, pues nada aliviaba como el llanto, pero le sugirió que se
aflojara el corpiño para llorar. Él se apresuró a ayudarla, porque el corpiño
estaba ajustado a la fuerza en la espalda con una larga costura de cordones
cruzados. No tuvo que terminar, pues el corpiño acabó de soltarse solo por la
presión interna, y la tetamenta astronómica respiró a sus anchas.
-Sin embargo, aquella primera
experiencia, aunque cruel y efímera, no le dejó ninguna amargura, sino la
convicción deslumbrante de que con matrimonio o sin él, sin Dios o sin ley, no
valía la pena vivir si no era para tener un hombre en la cama.
-En la plenitud de sus
relaciones, Florentino Ariza se había preguntado cuál de los dos estados sería
el amor, el de la cama turbulenta o el de las tardes apacibles de los domingos,
y Sara Noriega lo tranquilizó con el argumento sencillo de que todo lo que
hicieran desnudos era amor. Dijo: “Amor del alma de la cintura para arriba y
amor del cuerpo de la cintura para abajo”.
-Por obra y gracia de un matrimonio
de interés con un hombre que no quiere—lo interrumpió Sara Noriega--. Esa es la
manera más baja de ser puta.
-En circunstancias menos amargas
hubiera persistido en los asedios a Sara Noriega, seguro de terminar la noche
volcándose con ella en la cama, pues estaba convencido de que una mujer que se
acuesta con un hombre una vez seguirá acostándose con él cada vez.
-Decía: “El problema del
matrimonio es que se acaba todas las noches después de hacer el amor, y hay que
volver a reconstruirlo todas las mañanas antes del desayuno”
-“Al pobre y al feo, todo se les
va en deseo”
-Sin embargo, no sólo fue el
recuerdo de ella el que lo acompañó aquella noche en la fiesta que les ofreció
Leona Cassiani. Lo acompañó el recuerdo de todas: tanto las que dormían en el
cementerio, pensando en él a través de las rosas que les sembraba encima, como
las que todavía apoyaban la cabeza sobre la misma almohada en que dormía el
marido con los cuernos dorados bajo la luna. A falta de una deseó estar con
todas al mismo tiempo, como siempre que estaba asustado. Pues aun en sus épocas más difíciles y en sus
momentos peores, había mantenido algún vínculo por débil que fuera, con las
incontables amantes de tantos años: siempre siguió el hilo de sus vidas.
-Infieles, pero
no desleales
-Con ella
aprendió Florentino Ariza lo que ya había padecido muchas veces sin saberlo:
que se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el
mismo dolor, sin traicionar a ninguna.
-El corazón
tiene más cuartos que un hotel de putas.
-Alguien: hombre
o mujer, porque Andrea Varón no se detenía en minucias de esa índole en los
desórdenes del amor.
-Florentino
Ariza había violado por ella su principio sagrado de no pagar, y ella había
violado el suyo de no hacerlo gratis ni con el esposo.
-Alguna vez él
le había dicho algo que ella no podía concebir: los amputados sienten dolores,
calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él,
sintiéndolo estar donde ya no estaba.
-Pero la rabia
volvía siempre, y muy pronto se dio cuenta de que el deseo de olvidarlo era el
más fuerte estímulo para recordarlo.
-Recuerda
siempre que lo más importante de un buen matrimonio no es la felicidad sino la
estabilidad.