viernes, 7 de marzo de 2014

La senda del perdedor - Charles Bukowski



Cuando regresé a mi cuarto pensé “esta gente no son mis padres, me han debido adoptar y no les gusta como he salido”

Yo había rechazado la religión un par de años antes. Si era verdad, convertía en idiotas a la gente, o bien producía idiotas. Y si no era verdad, entonces eran doblemente idiotas.

Era un tipo feo con cicatrices en la cara, pero parecía atractivo si se le miraba el tiempo suficiente: un atractivo que radicaba en sus ojos, en su estilo, su valentía, su fiereza solitaria.

Leía libros por la noche, de ese modo, bajo las mantas y con la sobrecalentada lamparilla. Leer todos esos buenos párrafos mientras te sofocabas… era hechizante.

No dije nada más porque cuando odias, no mendigas…

-Tiene que aprobar sus exámenes—me dijo. Nunca se le ocurrió que quizás los libros estuvieran equivocados. O que a lo mejor no importaban.

El agua estaba llena de gente. ¿Cuál era la fascinación de la playa? ¿Por qué le gustaba a la gente? ¿No tenían nada mejor que hacer? Eran unos mamones con sesos de gallina.

Sin embargo era magnífico leerlos a todos. Mostraban cómo los pensamientos y las palabras podían ser fascinantes, aunque fueran inútiles.

El problema es que tenías que seguir escogiendo entre lo malo y lo peor hasta que al final no quedaba nada. A la edad de 25 ya la mayoría de la gente estaba acabada. Todo un maldito país repleto de gilipollas conduciendo automóviles, comiendo, pariendo niños, haciéndolo todo de la peor manera posible, como votar por el candidato presidencial que más le recordaba a ellos mismos.

Todo el mundo tenía que doblegarse y encontrar un molde donde encajar. Doctor, abogado, soldado… no importaba lo que fuera. Una vez dentro del molde tenías que seguir adelante.

-Tu madre tiene un tipo magnífico, Jim. ¿Cómo es que muchas mujeres tienen unos cuerpazos fantásticos y otras parecen deformes? ¿Por qué no tienen todas un tipazo?
-Dios, no lo sé. Quizás si todas las mujeres fueran iguales, nos aburrirían.

Podía ver el camino que se abría frente a mí. Yo era pobre e iba a continuar siéndolo. Pero tampoco deseaba especialmente tener dinero. No sabía qué es lo que quería. Sí, lo sabía. Deseaba algún lugar donde esconderme, algún sitio donde no tuviera que hacer nada. El pensamiento de llegar a ser alguien no solo no me atraía sino que me enfermaba. Pensar en ser un abogado, concejal, ingeniero, cualquier cosa por el estilo, me parecía imposible. O casarme, tener hijos, enjaularme en la estructura familiar.  Ir a algún sitio para trabajar todos los días y después volver. Era imposible. Hacer cosas normales como ir a comidas campestres, fiestas de navidad, el 4 de Julio, el Día del trabajo, el día de la Madre… ¿acaso los hombres nacían para soportar esas cosas y luego morir? Prefería ser un lavaplatos, volver a mi pequeña habitación y emborracharme hasta dormirme.

-Cuando el señor Chinaski llega, sabemos que son las 7:30. El señor Chinaski siempre llega a tiempo. El único problema es que es el tiempo incorrecto

--¡La supervivencia de la raza humana depende de una selección responsable!
Lo que significaba: vigila con quién te vas a la cama; pero yo solo sabía eso. Realmente mosqueaba a todo el mundo

Además yo había leído por ahí que si un hombre no creía o entendía verdaderamente la causa a la cual se adhería, de algún modo podía ser más convincente, lo que me daba una considerable ventaja sobre a los profesores.

Todos tenían un agujero en el culo y órganos sexuales y bocas y sobacos. Se sentaban y charloteaban y eran tan estúpidos como la cagada de un caballo. Las chicas tenían buen aspecto vistas a distancia, con el sol filtrándose entre sus ropas y cabellos. Pero cuando se acercaban y mostraban sus cerebros a través de la cháchara de sus bocas, te sentías con ganas de escavar una trinchera en una colina y esconderte con una ametralladora. Verdaderamente nunca sería capaz de ser feliz, casarme y tener hijos. Demonio, ni siquiera podía tener un trabajo como lavaplatos.

Durante toda mi vida en ese vecindario me había metido en telas de arañas, me habían atacado cuervos y había vivido con mi padre. Todo era eternamente triste, sombrío y maldito. Incluso el tiempo era un tiempo de perros. O era insoportablemente cálido durante semanas o, si llovía, llovía durante cinco o seis días.

Nunca lleves un montón de dinero a la morada de un pobre. El sólo puede perder lo poco que tiene. Por otro lado, es matemáticamente posible que pueda ganar todo lo que traigas. Lo que debes hacer, con el dinero y con los pobres, es no dejar que se acerquen demasiado.

No se debe sobreestimar la estupidez de la masa.

También sabía que yo era completamente sano. Todavía sabía, como cuando era niño, que albergaba algo extraño en mi interior. Me sentía como destinado a ser un asesino, un asaltante de bancos, un santo, un violador, un monje, un ermitaño. Necesitaba algún sitio aislado para esconderme.

Los barrios bajos eran desagradables. La vida del hombre normal y sano era tediosa, peor que la muerte. Parecía no haber alternativa posible. Y la educación también era una trampa. La poca educación a la que me había permitido acceder me había hecho más suspicaz. ¿Qué es lo que eran los doctores, abogados y científicos? Tan solo eran hombres que habían permitido que los privaran de su libertad de pensar y actuar como individuos.

--¡Bueno, no sé lo que harás tú, pero yo voy a intentarlo todo! Guerras, mujeres, viajes, boda, niños, trabajos. ¡Cuando tenga un coche, lo desmontaré por completo y luego lo ensamblaré de nuevo! ¡Quiero conocer las cosas y que es lo que las hace funcionar! Quisiera ser corresponsal de Washington D.C., quisiera estar ahí donde suceden las cosas.

Probablemente amaba muchas cosas: un halcón en pleno vuelo, el maldito océano, la luna llena, Balzac, puentes, obras de teatro, el premio Pulitzer, el piano, la maldita biblia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario