miércoles, 15 de enero de 2014

Los Borgia - Mario Puzo



De niño, en su Valencia natal, nunca había demostrado maldad, y a menudo se había encontrado a sí mismo defendiendo a aquellos cuya bondad los hacía vulnerables a la crueldad de los demás; pues la bondad suele confundirse con la debilidad.

Para César, despojar a un hombre de sus posesiones y sus riquezas, incluso de su vida, era un crimen menos atroz que privarlo de su voluntad, pues, sin voluntad, los hombres se convierten en meras marionetas de sus propias necesidades, en seres sin vida, sin capacidad de elección, en bestias de carga sometidas al látigo de otro hombre. Y César se había jurado que nunca se sometería a un destino así.

Lo que se obtiene sin sacrificio no puede tener valor, Si no existiera una recompensa para nuestro
comportamiento, los hombres se convertirían en estafadores que afrontarían el juego de la vida con naipes marcados y dados trucados. No seríamos mejores que las bestias. Sin esos obstáculos a los que llamamos desgracias, ¿qué recompensa podríamos encontrar en el paraíso?

-Hay veces en que ya ni siquiera sé distinguir la maldad -contestó-. ¿Acaso sabes tú lo que es la maldad?.

Fuimos buenos amantes y ahora somos mejores amigos. Y es más difícil encontrar un amigo que un amante.

Además, aunque los criados hubieran jurado absoluta discreción, un puñado de ducados bastaría para devolverle la vista a un ciego y el oído a un sordo, pues cuando uno es pobre, el oro hace más milagros que las oraciones.

Sin duda tienes razón, César, aunque no estoy segura de que eso fuera malo -dijo ella pensativamente y, de repente, se dio cuenta de que ya no estaba segura de poder reconocer el mal, sobre todo si éste se escondía en los corazones de aquellos a quienes amaba.

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