Fue criada entre las paredes de la casa paterna en
Valparaíso, rezando el rosario y bordando. porque su padre creía que la
ignorancia garantiza la sumisión de las mujeres y de los pobres.
Apenas su protector daba vuelta la espalda, marcaba
con rayas los pilares de su lecho, una por cada amante recibido. Era una
coleccionista, no le interesaban los hombres por sus méritos particulares, sino
el número de rayas;
Paulina había renunciado a los desenfrenos carnales,
no por falta de ganas, como me confesó cuarenta años más tarde, sino por pudor.
Le repugnaba mirarse en el espejo y dedujo que cualquier hombre sentiría lo
mismo al verla desnuda.
--Sí, tía. Dice el abuelo Agustín que en toda
familia respetable se necesita un abogado, un médico y un obispo—replicó el
sobrino
Se movía con cuidado, pues consideraba que nada afea
tanto como la prisa; también evitaba los ruidos de vieja, jamás dejaba escapar
en público jadeos, toses, crujidos o suspiros de cansancio, aunque lso pies
estuvieran matándola. “No quiero tener voz de gorda”, decía y hacía gárgaras
diarias de jugo de limón con miel para mantener la voz delgada.
--La señora Eliza Sommers y yo nos conocimos en
chile de 1840; entonces ella tenía ocho años y yo dieciséis, pero ahora somos
de la misma edad—explicó ella a su sobrino.
“No hay peor pobreza que la de la gente venida a
menos, porque se debe aparentar lo que no se tiene”, había confesado Nívea a su
primo Severo en uno de esos momentos de súbita lucidez que la caracterizaban.
“No llora y no se queja, por eso la amo y la amaré
siempre” dijo Severo en voz alta contra el viento dispuesto a vencer las
veleidades de su corazón y las tentaciones del mundo a punta de tenacidad.
--Dos cosas espero de ti, fidelidad y buen humor.
--No espera también que estudie?
-- Ese es tu problema, muchacho. Lo que hagas con tu
vida no me incumbe para nada.
Cultivaba su propio estilo, mezcla de bohemio y de
dandy; del primero tenía el hábito de la vida nocturna y del segundo la manía
por los detalles del vestir.
Planteó sus inquietudes a Tao Chi’en, en uno de esos
momentos perfectos en que reposaban después de hacer el amor, y él le explicó
que cada cual tiene su karma, no es posible dirigir las vidas ajenas, solo
enmendar a veces el rumbo de la propia; pero Eliza no estaba dispuesta a
permitir que la desgracia la pillara distraída.
A Matías ese deseo femenino de entregarse y sufrir
le resultaba patético, era justo lo que más detestaba de las mujeres, por eso
se avenía tan bien con Amanda Lowell, quien tenía la misma actitud suya de
desfachatez ante los sentimientos y de reverencia ante el placer.
“Por lo visto sigues siendo un caballero, primero,
pero no te preocupes eso se cura tan fácilmente como la virginidad” comentó
Matías
“No gana quien tiene la razón, sino quien regatea
mejor”, solía decir.
Nívea del Valle dice que un ser humano no se define
por su capacidad reproductiva, lo cual resultaba una ironía viniendo de ella,
que ha dado a luz más de una docena de chiquillos.
“Acuérdate que la ropa sucia se lava en casa”, me
repite Severo del Valle quién se crió como todos nosotros, bajo esa consigna.
“Escribe con honestidad y no te preocupes de los
sentimientos ajenos, porque digas lo que digas de todos modos te van a odiar”,
me aconseja, en cambio, Nívea.
La cámara puede revelar los secretos que el ojo
desnudo o la mente no captan, todo desaparece
salvo aquello enfocado en el cuadro. La fotografía es un ejercicio de
observación y el resultado siempre es un golpe de suerte; entre los miles y
miles de negativos que llenan varios cajones en mi estudio hay muy pocos
excepcionales.
--No espero que me perdones, sólo que me olvides,
Nívea. Tú, más que nadie, mereces ser feliz…
--Quién dijo que deseo ser feliz, Severo? Es el
último adjetivo que emplearía para definir el futuro al cuál aspiro. Quiero una
vida interesante, aventurera, diferente, apasionada, en fin, cualquier cosa
antes que feliz.
“Matar cuesta poco, sobrevivir es lo que cuesta,
hijito. Si te descuidas, la muerte te lleva a traición", le advirtió la
cantinera.
“Cada uno en su lugar y un lugar para cada uno”
Era apasionada e idealista, escribía poesía
filosófica que nunca pudo publicar, sufría de un hambre insaciable de
conocimiento y tenía la intransigencia ante las debilidades ajenas propia de
los seres demasiado inteligentes. No toleraba la pereza; en su presencia la
frase “no puedo” estaba prohibida.
¿No puede olvidar su despecho? Ya todos estamos en
edad de tirar por la borda los sentimientos que no sirven para nada y quedarnos
sólo con aquellos que nos ayudan a vivir. La tolerancia es uno de ellos, madre.
--No me digas tío, Aurora. Soy tu padre. La belleza
suele ser una maldición porque despierta las peores pasiones en los hombres.
Una mujer demasiado bella no puede escapar del deseo que provoca.
Consideraba que la mayor parte de la gente es bruta
sin remedio y lo decía a quién quisiera oírlo, lo cual no era el mejor método
para ganar amigos pero esa cortesana escocesa logró traspasar la armadura con
que mi abuela se protegía.
No podía concebirse dos mujeres más diferentes, la
Lowell nada ambicionaba, vivía al día, desapegada, libre, sin miedo; no temía
la pobreza, la soledad o la decrepitud, todo lo aceptaba de buen talante, la
existencia era para ella un viaje divertido que conducía inevitablemente a la
vejez y la muerte; no había razón para acumular bienes, puesto que de todos
modos a la tumba se iba en cueros, sostenía.
No había tema que no pudiera discutir, libro que no
hubiese leído, ciudad importante de Europa que no conociera. Mi padre, que la
quería y le debía mucho, decía que era una deleitante, sabía un poquito de todo
y mucho de nada, pero le sobraba imaginación para suplir lo que le faltaba en
conocimiento o experiencia.
Siempre se opuso ferozmente a las poses
artificiales, a las escenas arregladas en estudio, a las impresiones chapuceras
hechas con varios negativos sobrepuestos, tan de moda hace algunos años. Cree
en la fotografía como testimonio personal: una manera de ver el mundo y que esa
manera debe ser honesta, usando la tecnología como medio para plasmar la
realidad, no para distorsionarla.
“Usted siente empatía por sus modelos, Aurora, no
trata de dominarlos sino de comprenderlos, por eso logra exponer su alma”,
decía.
“La luz es el lenguaje de la fotografía, el alma del
mundo. No existe luz sin sombra, tan como no existe dicha sin dolor”, me dijo
don Juan Ribero hace diecisiete años, en la clase que me dio ese primer día en
su estudio de la Plaza de Armas.
Me vino a la mente la opinión de mi maestro don Juan
Ribero, para quién la fatuidad es privilegio de ignorantes; el sabio es humilde
porque sabe cuán poco sabe.
Mi abuela quién sostenía que la juventud no es una
época de la vida sino un estado de ánimo, y que uno tiene la salud que se
merece, se veía totalmente derrotada en esa cama de hospital.
Como mi maestro Juan Ribero, ella consideraba que la
fotografía no compite con la pintura, son fundamentalmente diferentes; el
pintor interpreta la realidad y la cámara la plasma. Todo en la primera es mera
ficción, mientras que la segunda es la suma de lo real más la sensibilidad del
fotógrafo.
“Si lo que pretende es el efecto de un cuadro,
pinte, Aurora. Si lo que desea es la verdad, aprenda a usar su cámara”, me
repetía.
¿Qué puedo decir del primer encuentro de amor con
Diego Domínguez? Poco, porque la memoria imprime en blanco y negro; los grises
se pierden por el camino.
Esos desaires no me quitan el sueño: no tengo que
agradar a todo el mundo, sólo a quienes en verdad me importan, que no son
muchos.
El hecho de no estar casados nos facilita el buen
amor, así cada uno puede dedicarse a lo suyo, disponemos de nuestro propio
espacio y cuando estamos a punto de reventar siempre queda la salida de
separarnos por unos días y volvernos a juntar cuando nos vence la nostalgia de
los besos.
La memoria es ficción. Seleccionamos lo más
brillante y lo más oscuro, ignorando lo que nos avergüenza, y así bordamos el
ancho tapiz de nuestra vida.
Al final lo único que tenemos a plenitud es la
memoria que hemos tejido.
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