miércoles, 15 de enero de 2014

Retrato en sepia - Isabel Allende



Fue criada entre las paredes de la casa paterna en Valparaíso, rezando el rosario y bordando. porque su padre creía que la ignorancia garantiza la sumisión de las mujeres y de los pobres.

Apenas su protector daba vuelta la espalda, marcaba con rayas los pilares de su lecho, una por cada amante recibido. Era una coleccionista, no le interesaban los hombres por sus méritos particulares, sino el número de rayas;

Paulina había renunciado a los desenfrenos carnales, no por falta de ganas, como me confesó cuarenta años más tarde, sino por pudor. Le repugnaba mirarse en el espejo y dedujo que cualquier hombre sentiría lo mismo al verla desnuda.

--Sí, tía. Dice el abuelo Agustín que en toda familia respetable se necesita un abogado, un médico y un obispo—replicó el sobrino

Se movía con cuidado, pues consideraba que nada afea tanto como la prisa; también evitaba los ruidos de vieja, jamás dejaba escapar en público jadeos, toses, crujidos o suspiros de cansancio, aunque lso pies estuvieran matándola. “No quiero tener voz de gorda”, decía y hacía gárgaras diarias de jugo de limón con miel para mantener la voz delgada.

--La señora Eliza Sommers y yo nos conocimos en chile de 1840; entonces ella tenía ocho años y yo dieciséis, pero ahora somos de la misma edad—explicó ella a su sobrino.

“No hay peor pobreza que la de la gente venida a menos, porque se debe aparentar lo que no se tiene”, había confesado Nívea a su primo Severo en uno de esos momentos de súbita lucidez que la caracterizaban.

“No llora y no se queja, por eso la amo y la amaré siempre” dijo Severo en voz alta contra el viento dispuesto a vencer las veleidades de su corazón y las tentaciones del mundo a punta de tenacidad.

--Dos cosas espero de ti, fidelidad y buen humor.
--No espera también que estudie?
-- Ese es tu problema, muchacho. Lo que hagas con tu vida no me incumbe para nada.

Cultivaba su propio estilo, mezcla de bohemio y de dandy; del primero tenía el hábito de la vida nocturna y del segundo la manía por los detalles del vestir.

Planteó sus inquietudes a Tao Chi’en, en uno de esos momentos perfectos en que reposaban después de hacer el amor, y él le explicó que cada cual tiene su karma, no es posible dirigir las vidas ajenas, solo enmendar a veces el rumbo de la propia; pero Eliza no estaba dispuesta a permitir que la desgracia la pillara distraída.

A Matías ese deseo femenino de entregarse y sufrir le resultaba patético, era justo lo que más detestaba de las mujeres, por eso se avenía tan bien con Amanda Lowell, quien tenía la misma actitud suya de desfachatez ante los sentimientos y de reverencia ante el placer.

“Por lo visto sigues siendo un caballero, primero, pero no te preocupes eso se cura tan fácilmente como la virginidad” comentó Matías

“No gana quien tiene la razón, sino quien regatea mejor”, solía decir.

Nívea del Valle dice que un ser humano no se define por su capacidad reproductiva, lo cual resultaba una ironía viniendo de ella, que ha dado a luz más de una docena de chiquillos.

“Acuérdate que la ropa sucia se lava en casa”, me repite Severo del Valle quién se crió como todos nosotros, bajo esa consigna.

“Escribe con honestidad y no te preocupes de los sentimientos ajenos, porque digas lo que digas de todos modos te van a odiar”, me aconseja, en cambio, Nívea.

La cámara puede revelar los secretos que el ojo desnudo o la mente no captan, todo desaparece  salvo aquello enfocado en el cuadro. La fotografía es un ejercicio de observación y el resultado siempre es un golpe de suerte; entre los miles y miles de negativos que llenan varios cajones en mi estudio hay muy pocos excepcionales.

--No espero que me perdones, sólo que me olvides, Nívea. Tú, más que nadie, mereces ser feliz…
--Quién dijo que deseo ser feliz, Severo? Es el último adjetivo que emplearía para definir el futuro al cuál aspiro. Quiero una vida interesante, aventurera, diferente, apasionada, en fin, cualquier cosa antes que feliz.

“Matar cuesta poco, sobrevivir es lo que cuesta, hijito. Si te descuidas, la muerte te lleva a traición", le advirtió la cantinera.


“Cada uno en su lugar y un lugar para cada uno”

Era apasionada e idealista, escribía poesía filosófica que nunca pudo publicar, sufría de un hambre insaciable de conocimiento y tenía la intransigencia ante las debilidades ajenas propia de los seres demasiado inteligentes. No toleraba la pereza; en su presencia la frase “no puedo” estaba prohibida.

¿No puede olvidar su despecho? Ya todos estamos en edad de tirar por la borda los sentimientos que no sirven para nada y quedarnos sólo con aquellos que nos ayudan a vivir. La tolerancia es uno de ellos, madre.

--No me digas tío, Aurora. Soy tu padre. La belleza suele ser una maldición porque despierta las peores pasiones en los hombres. Una mujer demasiado bella no puede escapar del deseo que provoca.

Consideraba que la mayor parte de la gente es bruta sin remedio y lo decía a quién quisiera oírlo, lo cual no era el mejor método para ganar amigos pero esa cortesana escocesa logró traspasar la armadura con que mi abuela se protegía.

No podía concebirse dos mujeres más diferentes, la Lowell nada ambicionaba, vivía al día, desapegada, libre, sin miedo; no temía la pobreza, la soledad o la decrepitud, todo lo aceptaba de buen talante, la existencia era para ella un viaje divertido que conducía inevitablemente a la vejez y la muerte; no había razón para acumular bienes, puesto que de todos modos a la tumba se iba en cueros, sostenía.

No había tema que no pudiera discutir, libro que no hubiese leído, ciudad importante de Europa que no conociera. Mi padre, que la quería y le debía mucho, decía que era una deleitante, sabía un poquito de todo y mucho de nada, pero le sobraba imaginación para suplir lo que le faltaba en conocimiento o experiencia.

Siempre se opuso ferozmente a las poses artificiales, a las escenas arregladas en estudio, a las impresiones chapuceras hechas con varios negativos sobrepuestos, tan de moda hace algunos años. Cree en la fotografía como testimonio personal: una manera de ver el mundo y que esa manera debe ser honesta, usando la tecnología como medio para plasmar la realidad, no para distorsionarla.

“Usted siente empatía por sus modelos, Aurora, no trata de dominarlos sino de comprenderlos, por eso logra exponer su alma”, decía.

“La luz es el lenguaje de la fotografía, el alma del mundo. No existe luz sin sombra, tan como no existe dicha sin dolor”, me dijo don Juan Ribero hace diecisiete años, en la clase que me dio ese primer día en su estudio de la Plaza de Armas.

Me vino a la mente la opinión de mi maestro don Juan Ribero, para quién la fatuidad es privilegio de ignorantes; el sabio es humilde porque sabe cuán poco sabe.

Mi abuela quién sostenía que la juventud no es una época de la vida sino un estado de ánimo, y que uno tiene la salud que se merece, se veía totalmente derrotada en esa cama de hospital.

Como mi maestro Juan Ribero, ella consideraba que la fotografía no compite con la pintura, son fundamentalmente diferentes; el pintor interpreta la realidad y la cámara la plasma. Todo en la primera es mera ficción, mientras que la segunda es la suma de lo real más la sensibilidad del fotógrafo.

“Si lo que pretende es el efecto de un cuadro, pinte, Aurora. Si lo que desea es la verdad, aprenda a usar su cámara”, me repetía.

¿Qué puedo decir del primer encuentro de amor con Diego Domínguez? Poco, porque la memoria imprime en blanco y negro; los grises se pierden por el camino.

Esos desaires no me quitan el sueño: no tengo que agradar a todo el mundo, sólo a quienes en verdad me importan, que no son muchos.

El hecho de no estar casados nos facilita el buen amor, así cada uno puede dedicarse a lo suyo, disponemos de nuestro propio espacio y cuando estamos a punto de reventar siempre queda la salida de separarnos por unos días y volvernos a juntar cuando nos vence la nostalgia de los besos.

La memoria es ficción. Seleccionamos lo más brillante y lo más oscuro, ignorando lo que nos avergüenza, y así bordamos el ancho tapiz de nuestra vida.

Al final lo único que tenemos a plenitud es la memoria que hemos tejido.


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